

Convertido en el arranque de una previsible larga campaña electoral, el último debate sobre el estado de la nación de esta legislatura recogió para el diario de sesiones una petición insólita en democracia. Mariano Rajoy, líder del primer partido de la oposición, exigió al Presidente del Gobierno que entregue en el Congreso las actas de las conversaciones con la banda terrorista ETA o, de lo contrario, convoque elecciones anticipadas. Fue este el colofón de Rajoy, la guinda de una intervención monotemática que aisló en su discurso la política social o económica que necesita el país y se centró en la política antiterrorista para desprestigiar al Gobierno, y sobretodo a su Presidente, acusándole de engañar a los ciudadanos, negociar y hacer cesiones a ETA. Ni siquiera tuvo tiempo el líder popular de entrar a discutir el balance de la legislatura o las nuevas propuestas expuestas por el Presidente Zapatero para los próximos meses.
Zapatero, que estuvo pletórico y emocionó a todos los que nos consideramos admiradores de su manera de hacer política, mandó un claro mensaje a los terroristas cuando proclamó: “No hay vía alguna para el dialogo, no hay margen alguno para intentarlo”.
El Presidente fue creciéndose con el paso de los minutos, y en uno de sus ejercicios de réplica afeó a Rajoy su obsesión con la utilización del terrorismo, explicando que: “cuando se tiene que recurrir sólo a ETA, es que no hay ni un solo proyecto, ni una sola idea”-, y calificó de desleal al líder de los populares: “cero lealtad a la hora de abordar con el estado el problema del terrorismo”, espetó el Presidente del Gobierno colmado de razón.
Fue un debate duro, tal vez uno de los más agrios de los tres años de Gobierno socialista, en el que tanto Zapatero como Rajoy trataron de poner en entredicho la credibilidad personal de su adversario. Zapatero tenía que demostrar que sabe pasar al ataque, y atacó. Rajoy, por su parte, que sabía contenerse en materia antiterrorista, y pareció intentarlo en su primera intervención. Con tal escaso éxito que, de inmediato, tuvo que regresar por donde solía. Zapatero consagró la práctica totalidad de su discurso inicial a celebrar los logros económicos de su gestión, reconociendo expresamente la labor de Pedro Solbes. Desgranó una prolija letanía de datos cuyo sentido político no parecía ser otro que marcar el terreno de juego, colocando al líder de la oposición en una difícil disyuntiva: o bien obviaba el debate económico y aparecía como un líder obstinado en hablar de terrorismo, o bien entraba en las cifras y, en ese caso, tendría que reconocer que el país atraviesa por un momento inmejorable, lo que equivalía a otorgarle una importante baza a Zapatero.
Mariano Rajoy trató de librarse cuestionando los datos aportados por el Presidente y sobretodo, reivindicando para los gobiernos del PP la prosperidad que describió Zapatero, al que restó cualquier mérito en este campo. Fue en este instante cuando el líder de la oposición cayó en el más estrepitoso de los ridículos al afirmar que, gracias a la excelencia de la política económica practicada por los gobiernos de Aznar, la situación económica actual se hubiese producido de igual manera incluso sin existir un equipo de gobierno que marque las directrices. Es ésta una de las afirmaciones más esperpénticas que jamás he oído en boca de alguien que aspira a gobernar un país como España.
El líder popular no logró imponer sus ptos. de vista y, por tanto, Zapatero salió de este combate con un margen más amplio para establecer la agenda política que más le conviene hasta el final de la legislatura.
Era obvio, a priori, que en este debate se hablaría mucho de terrorismo. El problema residía, sin embargo, en que, dependiendo de como se suscitara, podía quedar implícitamente decidido quién ha sido el responsable de la omnipresencia pública de este asunto durante los últimos tres años. Zapatero quiso recalcar que, ahora sí, no concibe esperanzas de que el proceso de paz pueda seguir adelante, pero evitó reconocer errores, más allá de sus declaraciones del 29 de Diciembre, y esquivó cualquier explicación exhaustiva de los pasos dados por el Gobierno. Rajoy creyó encontrar ahí el flanco que necesitaba. Fue el peor de sus errores en la tarde del debate, el que más evidenció el problema de su partido para improvisar un discurso de recambio, tras el final declarado de la tregua de ETA, y ofrecer una alternativa de futuro y en positivo. Rajoy quedó tras el debate como único responsable de que el terrorismo haya sido objeto de controversia política, llevando la división hasta la sociedad. Los reiterativos argumentos de Rajoy acabaron percibiéndose como una prueba de que, en materia antiterrorista, no había logrado encontrar el flanco del Presidente del Gobierno y de que no estaba preparado para ejercer la oposición en otras materias. Zapatero se impuso sobradamente a Rajoy. Tras escuchar al Presidente del Gobierno en todas y cada una de sus intervenciones y réplicas, flotaba en el ambiente una generalizada sensación de sorpresa, pues era ya demasiado tiempo el que todos los diputados, militantes y simpatizantes socialistas estábamos esperando una reacción contundente del Presidente Zapatero, saliendo al paso de tantas mentiras, insultos y calumnias vertidas desde la calle Génova, colocando donde merecen al trío de “profetas del desastre” que representan magistralmente los señores Rajoy, Acebes y Zaplana.
No obstante, aunque la victoria de Zapatero fue indudable, y esto aumenta aun más la distancia entre las posiciones socialistas y populares, existen determinadas materias que exigen la aproximación entre los dos grandes partidos, además de incluir a las minorías. No se trata ahora de radicalizarse con el resultado del debate, sino de encontrar el camino para no repetir los recientes errores en asuntos de estado, como son la lucha contra el terrorismo, o la presencia de tropas españolas en misiones de paz avaladas por Naciones Unidas. Es la vida de muchos de nuestros compatriotas la que está en juego y la que merece respeto y tratamiento responsable por parte de todas y cada una de las fuerzas políticas presentas en nuestro Parlamento.

