
EL PERIODICO DE CATALUÑA. 07/06/2007. LAS LECCIONES DE LOS COMICIOS LOCALES Y AUTONÓMICOS
El tsunami valenciano.
La izquierda ha perdido las elecciones porque el PP ha impuesto a la sociedad su escala de valores
DAVID Miró*
Lo dijo Francisco Camps la noche electoral: "Ha ganado una manera de entender la vida, la valencianía". Y no podía ser más exacto. Porque a la hora de analizar las causas del tsunami popular que ha teñido el País Valenciano de naranja, el color corporativo del PP, y ha dejado a la izquierda completamente desarbolada hay que ir más allá de unas siglas, de un candidato o de una campaña más o menos acertada. Un prócer de la izquierda valenciana lo resume en una frase entre lúcida y desconsolada: "El país ha cambiado y nosotros no nos hemos enterado".
En efecto, nadie en el campo progresista estaba preparado para una cosa así. Para perder sí, incluso por una cierta ventaja, pero no para ser humillados hasta el punto de ser prácticamente borrados del mapa autonómico y municipal. El ciclón popular se ha llevado por delante muchos mitos, por ejemplo el del cinturón rojo de Valencia que servía de flotador para un PSOE en horas bajas. Ya no existe tal cinturón, al menos rojo. Ciudades donde nunca había gobernado la derecha, como Torrent o Paterna, se han pasado al PP en un abrir y cerrar de ojos. Y así en muchos otros municipios. De los bastiones socialistas solo resiste Elx, y a duras penas. El resto es un océano popular moteado aquí y allá por exóticas excepciones.
OTRO MITO que ha enterrado el 27-M es la creencia de que los valencianos siempre votan al partido que gobierna en Madrid. No ha sido así. Los valencianos han votado, puede que por primera vez, en estricta clave interna, y es bastante posible que el resultado de las próximas generales sea algo diferente, más halagüeño para el PSOE. Pero eso no es consuelo para una izquierda indígena consternada y, sobre todo, desorientada. La verdad es que el partido socialista tampoco había hecho nada para ganar las elecciones, ni en estas ni en las anteriores. Pero ahora confiaban en una mezcla de efecto Zapatero y desgaste del PP para volver a gobernar, esperando que la inercia de los ciclos electorales les beneficiase. Por eso a cada derrota se vivía la ilusión de que la próxima vez sería distinta. Ilusos.
En todo este tiempo no han sabido ver que el PP ha aprovechado su dominio político, social, económico y mediático para promover una nueva escala de valores que los blindara en el poder. El resultado del 27-M vaticina una auténtica edad de hielo para una izquierda que tendrá que comenzar a pensar a ocho o 12 años vista. Y primero de todo asumir la nueva realidad de un país donde no importa que haya un accidente de metro con 42 muertos a causa de una deficiente señalización, no importa que un alcalde o un presidente de diputación estén imputados por diversos delitos de corrupción, no importa que los medios de comunicación públicos sean descaradamente manipulados, y no importa que el partido gobernante haga trampas con el padrón. Nada de eso importa.
En la nueva escala de valores lo que cuenta es otra cosa: hacer dinero rápido y hacer ostentación pública de esa riqueza. Todos los que se interpongan, léase izquierda reglamentista, nacionalistas románticos o ecologistas buenistas, son enemigos del progreso, los aguafiestas de turno. Francisco Camps y el PP conectan a la perfección con ese sentir general. ¿Cómo van a castigar los electores a un alcalde corrupto si todo el mundo se beneficia del fraude en el paraíso del dinero negro? Al contrario, el corrupto es la garantía de que la fiesta continuará como hasta ahora. ¿Una sociedad enferma? Puede, pero no más que muchas de nuestro entorno.
A veces me han preguntado para qué sirve el nacionalismo. Pues justamente para que no pase lo de Valencia. En Catalunya eso que llamamos nacionalismo ha llevado aparejada una cierta visión romántica del paisaje y del territorio, que es un valor en sí mismo porque representa a la nación, y eso ha evitado que la destrucción causada por la fiebre del ladrillo sea aún mayor. Si no me creen vayan a Marina d'Or. El valenciano tipo actual, cuando ve su territorio, no ve una porción de un país, ni tan siquiera de un antiguo reino con una historia gloriosa, lo que ve son metros cuadrados multiplicados por miles de euros. Como el Tío Gilito, en sus ojos aparece el signo del euro. Un amigo valenciano me explicó que conocía casos de jóvenes que se asociaban para comprar un piso y al poco venderlo y repartirse el beneficio. No se me ocurre ejemplo mejor para explicar lo que Camps define como una manera de entender la vida.
Y ANTE ESO, ¿qué se puede hacer? Pues hay dos opciones: o plantas cara con un sistema de valores alternativo y una nueva agenda o bailas al mismo son que la mayoría. Y hasta ahora muchos de los municipios donde gobierna el PSOE es porque ha hecho lo mismo que el PP: recalificar y repartir dividendos. Nadie sabe qué pasará cuando la bonanza se acabe y nos encontremos con una crisis económica y social, con medio millón de inmigrantes que nadie se ha preocupado de integrar y con un monocultivo turístico que puede embarrancar cuando otros países (Argelia está aquí al lado) resuelvan sus problemas. Nadie sabe qué pasará a ciencia cierta, pero yo hago un pronóstico. Los que ahora hacen negocio cogerán los bártulos y se irán con la música a otra parte. Y los que se queden recogerán las cenizas del país que no fue.
*Periodista.

